Hola, soy un delfín conocido como mular o nariz de botella, no os puedo decir mi nombre ni donde estoy actualmente, pero os voy a relatar la historia de miles de delfines y la mía propia:
Nací en el mar, igual que todos los delfines, sacando primero la cola y luego la cabeza. Mi primera toma de aire la dí gracias a mi madre, que me empujó hasta la superficie. En mis primeros días de vida, mi madre no se separaba de mí, y si lo hacía, siempre me dejaba al cargo de alguna amiga suya. Para alimentarme ponía mi morro en sus mamas y ella expulsaba la leche de la que me alimentaba.
Conforme fui creciendo, mi madre me dejaba alejarme de ella para jugar con mis amigos, juegos que consistían en perseguir peces, chincharnos mutuamente o hacer carreras. Todos estos juegos me enseñaban a ser un delfín adulto.
Terminando mi adolescencia, cuando ya estaba apunto de ser adulto, fui integrándome en los grupos de caza para alimentar a la manada de peces. Cazábamos infinidad de tipos, algunos estaban buenísimos y otros me sabían a una cosa que flota en el agua, creo que los humanos lo llamáis aceite, y no hay quien nade cuando está esa cosa en el agua. Bueno, como veis, era muy feliz con mi manada.
Pero un día, un día que siempre maldeciré, llegaron como una especie de rocas flotantes, esas cosas a las que llamáis barcos, con gente como vosotros montada en ellos. Parecía que nos buscaban, y nosotros, animales de naturaleza juguetona, nos acercamos para jugar con las olas que formaba ese objeto. De repente, llegaron más barcos y empezaron a rodearnos con una especie de pared, a simple vista parece invisible, pero si te acercas ves que está llena de cuerdecitas, cuerdas que no nos dejaban pasar al otro lado y nos agarraban. Eso nos asustó mucho, y más aún cuando nos empujaban con esa pared para llevarnos a una cala.
En la cala vimos como unas personas se acercaban un poco a nosotros, pensábamos que venían a rescatarnos, pero empezaron a mirarnos y a hablar entre ellos. Gritaron unas cosas a los que estaban en unos barcos más pequeños que los que nos atraparon. Uno de los barcos cogió a unos compañeros y a mí y nos separaron del resto de la manada. Mi familia me gritaba y yo, sin poder hacer nada, solo los veía llorar por la separación.
Lo siguiente que ocurrió fue lo peor que me ha pasado en la vida y he deseado olvidar cada segundo de mi vida. Las personas de los barcos cogieron unos palos y empezaron a golpear al resto de la manada. Mientras los golpeaban, el agua se teñía de rojo, y su sabor era el mismo de la sangre. No me lo podía creer, pero los gritos de mis compañeros lo confirmaban, estaban matando a mi familia y amigos, y yo no podía hacer nada, solo mirar y llorar cada una de sus muertes. Algunos intentaron escapar, pero todo fue en vano.
A los que nos apartaron nos cogieron y nos sacaron del agua para meternos en unos objetos que hacían mucho ruido, en cuyo interior tenían una pequeña superficie de agua, lo suficientemente grande como para que mi cuerpo entrara. Cuando salí de ese infernal objeto, me soltaron, pensé que podría huir, pero solo me metieron en otra cárcel de agua.
En ese lugar nos trataban como objetos, nos daban órdenes, que hiciéramos cosas que antes hacía cuando me sentía con ganas de jugar pero que hoy detesto hacer, si no lo hacíamos nos dejaban sin comer el tiempo suficiente para no morir de hambre. Hasta que no cumplíamos todo lo que nos mandaban no empezaron a tratarnos un poco mejor.
Cuando hacíamos todo lo que querían, nos llevaron a un tipo de agua distinta, un agua que me hace daño, por lo que he escuchado se llama piscina. En ese sitio os reunís mucha gente para vernos, pero ninguno venís a ayudarnos. Yo siempre pido ayuda pero no me entendéis, mis sonidos os parecen que son para divertiros pero son mis gritos de auxilio, y pensáis que sonrío pero solo es la forma de mi boca. Lo único que hacéis es gritar, y eso me hace daño en mis pequeños oídos.
Cuando no hay nadie, vienen unos hombres que llamáis veterinarios para que nos miren y les diga a nuestros carceleros que estamos malos, nos dan pastillas para hacernos sentir mejor pero que lo único que hacen es mantener nuestro sufrimiento, pero más soportable. Si al menos el agua fuera como la de mi añorado mar, no estaría tan enfermo.
Si os digo la verdad, lo único que quiero es morir y que acabe este sufrimiento, pero ellos no me dejarán, no mientras pueda seguir haciendo reír a la gente que viene a visitarnos. Con un poco de suerte, cuando no les sirva, me sacrificarán.
No estoy pidiendo que vengáis a sacarme de este infierno de agua, ya me da igual, estoy condenado. Lo único que os pido es que dejéis de venir, porque mientras vengáis estaréis animando a que lo que me hicieron a mí se lo hagan a otro delfín, orca o cualquier otro animal.
Un día, esto acabará, y espero que tenga el mejor final para mis congéneres...